Se consume para conseguir bienestar y una cierta euforia, relacionarse, reírse, tranquilizarse o manejar el estrés… Aunque muchas personas no sufren efectos adversos, estos efectos “buscados” no siempre se dan, puede variar de una persona a otra, y pueden convertirse en consumos de riesgo.
Dependen de la composición (concentración de THC y otras sustancias) cantidad y la frecuencia del consumo, la edad, el sexo, el peso, la predisposición genética de la persona, el entorno social (ritual de consumo, construcción de género…), etc. Pueden ser muy diferentes en cada persona. Su consumo durante la adolescencia y juventud, aumenta los riesgos ya que el cerebro aún está en desarrollo.
A cualquier edad el consumo de cannabis tiene efectos sobre las funciones del cerebro:
Provoca alteraciones en las funciones del sistema respiratorio y circulatorio.
La forma más habitual del consumo de cannabis suele ser fumada, el humo de la marihuana o hachís contiene sustancias dañinas y cancerígenas, por tanto, al igual que el tabaco, causa enfermedades pulmonares (bronquitis, asma, cáncer de pulmón, etc.)
Habitualmente se realiza el consumo de cannabis mezclado con tabaco, por tanto, se añaden los riesgos asociados al mismo.
Aumenta la frecuencia cardíaca, la vasodilatación y se altera la presión arterial, por lo que puede ser especialmente peligroso en personas con enfermedades del corazón.
Reducción de riesgos tabaco y cannabis
18/07/2019