Un gesto, el de fumar o vapear, va más allá de consumir un tipo de cigarrillo o producto del tabaco. Con ese gesto tenemos menos percepción del riesgo que supone para nuestra salud y la de otros, y nos relacionamos con estos productos normalizándolos.
Fumar un cigarrillo de tabaco (cigarrillo “analógico”) consiste en aspirar el humo que genera al quemar el tabaco. Se llama vapear a inhalar vapor. Pretende sustituir al tabaco, no genera combustión de tabaco sino evaporación de líquido.
En los últimos años han alcanzado popularidad los nuevos productos del tabaco: los cigarros electrónicos, los sistemas electrónicos de administración de nicotina y, más recientemente, los sistemas alternativos de consumo de nicotina.
Todos ellos son motivo de preocupación para la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la comunidad de salud pública, por ser un riesgo potencial para la salud en todas las etapas vitales: infancia, adolescencia, juventud…
La industria de productos de tabaco intenta hacer su consumo lo más atractivo posible, desde su producción (utilizando saborizantes, aromas…), pasando por la distribución y publicidad (incluso por medio de influencer que tienen una variedad de seguidores en las redes sociales) hasta su venta.
Los cigarros electrónicos y los sistemas electrónicos de administración de nicotina calientan una solución (e-liquid) y producen un aerosol que frecuentemente contiene partículas ultrafinas, saborizantes disueltos y tóxicos, que causan serios daños al sistema respiratorio.
Varios estudios han encontrado además en estos productos niveles importantes de metales como el cadmio, níquel, cobre, estaño, plomo, plata y aluminio; así como químicos y otras sustancias cancerígenas.
Más información:
Componentes cigarrillo y E-Cig
31/05/2022